Manuela Martínez: La pasión que desafía cualquier obstáculo
Manuela Martínez. Bicicrosista del Equipo Bogotá – FOTO IDRD
La bicicrosista del Equipo Bogotá enfrentó un grave accidente, volvió más fuerte y sueña con los Juegos Olímpicos de los Ángeles 2028.
Bogotá D.C., 14 de febrero de 2025.- El sol pega duro sobre la pista de BMX del Parque El Salitre, un lugar donde el polvo se levanta como un eco de los sueños que aquí se persiguen. Manuela Martínez Agudelo, de 21 años, ajusta su casco con dedos ágiles y un gesto que mezcla concentración y ternura. Sus ojos oscuros, profundos como las rampas que ha domado, brillan con una chispa que no se apaga ni con las caídas ni con los años. Es campeona nacional y panamericana de BMX, pero antes que nada es Manuela: una mujer que lleva el alma inquieta de una niña y el corazón de una guerrera. Y hoy, como parte del Equipo Bogotá, con el respaldo del Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD), su historia se teje con los hilos de esta ciudad que la adoptó, la impulsó y la ve volar.
Todo empezó con un reto, como comienzan las historias que suelen ser grandes. A los diez años, en las calles empinadas de Medellín, un amigo de infancia llamado Pablo llegó con una bicicleta y una provocación: “Tú no vas a ser capaz”. Manuela, con esa mezcla de curiosidad y rebeldía que aún la define, no lo pensó dos veces. Montó una bicicleta de calle, enorme y torpe, y se lanzó a una pista que no estaba hecha para ella. “Fui y me enamoré”, cuenta, y su sonrisa ilumina el recuerdo. “Fue amor a primera vista”. Once años después, ese amor sigue vivo, pero ya no es solo un juego: es una carrera que la ha llevado a enfrentarse a rivales, a pistas imposibles y a sus propios límites, siempre con el Equipo Bogotá como su ancla y el IDRD como su viento a favor.
En aquellos días de infancia, Manuela pedaleaba entre chicos y hombres mayores, dejándolos atrás con una mezcla de destreza y picardía. “Les molestaba que yo les ganara”, dice, y uno puede imaginarla, decidida, desafiando egos con cada curva. Empezó tarde para el BMX —a los diez, cuando otros ya montan a los cuatro—, pero eso nunca fue un freno. “Siempre fue un reto constante”, explica, y esa palabra resuena como el golpe de una cadena contra el marco de su bicicleta. Porque para ella, el deporte es una prueba perpetua: contra el tiempo, contra las expectativas, contra el destino. Y Bogotá se convirtió en el escenario perfecto para esa batalla.
Manuela Martínez. Bicicrosista del Equipo Bogotá
Pero no todo ha sido velocidad y podios. Hay un capítulo en su vida que suena a hospital, que suena a silencio. A los 16, cuando apenas empezaba a tomarse el BMX en serio, la muerte le arrebató a su madre, Luisa Paola, su sombra inseparable. “Ella siempre estaba conmigo, no importaba si tenía un peso o no”, recuerda, y su voz se quiebra al instante, como si el recuerdo aún le pesara en el pecho. Un mes antes de los Juegos Nacionales de 2019, ella falleció, dejando a Manuela con un vacío que solo las pistas pueden llenar. Y luego vino el accidente: una pista en mal estado en Medellín, un hueco traicionero, una caída que le fracturó el fémur y la mandó a la UCI por diez días. “Se me regó el líquido graso interno”, dice con una naturalidad que desconcierta. Perdió el 80% de la visión, tuvo que reaprender a caminar, a hablar, a vivir. Aún así, volvió. “Me metí en la cabeza que iba a unos Juegos Panamericanos Juveniles, y lo logré”, asegura, con una terquedad que suena a victoria.
Esa terquedad la trajo a Bogotá, y aquí encontró más que una ciudad: encontró un hogar. Como parte del Equipo Bogotá, con el apoyo total del IDRD, Manuela no solo halló una pista que llama “mi favorita” —la del Parque El Salitre—, sino una estructura que creyó en ella desde el primer día. “Cuando llegué, me sentaron y me dijeron: ‘Manu, tienes que estudiar, hacer una carrera dual’”, cuenta. El IDRD no solo le dio recursos para entrenar y competir; le abrió las puertas a una vida más grande. Hoy, mientras pedalea a máxima velocidad, cursa el primer semestre de psicología en una universidad virtual. “Me gusta combinar las dos cosas. Si organizas tu tiempo, puedes con todo”, dice, y su gratitud hacia Bogotá y el Instituto es palpable. “Gracias a ellos estoy estudiando, creciendo. Fue lo primero que me dijeron cuando llegué: ‘Acá te apoyamos, pero tienes que construir algo más’”.
En el BMX colombiano, un deporte donde el país brilla como potencia mundial, llegar a la Selección no es un regalo: es una conquista. “No es a dedo, hay parámetros técnicos, físicos, logros”, explica con orgullo. Manuela los ha cumplido todos, desde sus días de niña desafiando a los grandes hasta su cuarto puesto en el Mundial de Glasgow en 2023, un evento que recuerda con entusiasmo: “Estaban todas las modalidades de ciclismo, fue increíble”. Pero lo que más valora no son las medallas, sino lo que aprende en el camino. Habla de Mariana Pajón con una admiración que va más allá de lo deportivo: “La admiro más como persona que como deportista. Para ser un gran atleta, primero hay que ser una gran humana”. Menciona a Carlos Ramírez, a rivales como Sabina y Francesca, a su amiga Dome de Ecuador. “Todos me han enseñado algo”, dice, y su humildad hace olvidar que estás frente a una campeona forjada con el respaldo del Equipo Bogotá.
Manuela no grita sus sueños —“los mantengo reservados”—, pero deja entrever uno: los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. “Voy a trabajar duro para llegar y decir: ‘Lo logré’”, promete, y en su voz hay una certeza que no admite dudas. Pero no se detiene ahí. “Cuando cumples una meta, siempre viene otra. ¿Qué sigue? ¿Cuál es el próximo reto?”, se pregunta, y uno entiende que su vida es una carrera sin fin, solo con nuevos comienzos. El IDRD, con su apoyo técnico, logístico y humano, ha sido clave en ese trayecto. “Sin ellos no estaría donde estoy”, admite, y su vínculo con Bogotá trasciende lo deportivo: es personal, es profundo.
Manuela Martínez. Bicicrosista del Equipo Bogotá
Hay un momento en el que ella habla de su madre, del accidente, de las veces que le dijeron “no” y ella respondió con un “sí”, rotundo. “Después de cada revisión médica, llevaba el uniforme en la maleta para ir a entrenar”, cuenta, y uno puede verla, desafiando a los médicos, al miedo, al mundo. Es esa imagen la que la hace tan cercana, tan real. No es una heroína de póster: es una muchacha de Medellín con raíces bogotanas —“mi mamá era rola”—, hija de una mujer que la llevaba a todas partes y de un padre que, pese a los choques, la apoyó en su sueño. “Él fue deportista de alto rendimiento, y cuando le dije que quería esto, me dijo: ‘Hágale, yo la apoyo’”, recuerda.
Bogotá, para Manuela, no es solo una ciudad: es un sentimiento. “Tengo el privilegio de montar todos los días en mi pista favorita, en el lugar que más me gusta”, dice, y su voz se llena de cariño por la capital. La decisión de venir no fue improvisada: “Ya había vivido acá, era una conversación de años. Fue la mejor decisión, mi vida cambió para bien”. El Equipo Bogotá y el IDRD le dieron estructura, pero ella le puso el alma. “Esta ciudad me ha dado todo: un nuevo regional, un camino bonito que apenas empieza”, añade, y su gratitud es un reflejo de lo que el apoyo institucional puede lograr cuando se encuentra con una voluntad como la suya.
Al final, Manuela deja un mensaje que no suena a discurso, sino a verdad: “Disfrútenlo. Hagan lo que les gusta y demuéstrenlo en la pista”. Y mientras lo dice, uno ve a esa niña, en esa bicicleta prestada, desafiando a Pablo, al destino, a todo. Porque ella no solo corre: vuela. Y en cada salto, lleva consigo el amor por una ciudad que la vio llegar, caer y levantarse. Bogotá le debe mucho a Manuela Martínez, no solo por las medallas, sino por lo que representa: la posibilidad de soñar sin pedir permiso, de pedalear contra el viento y ganarle. Aquí, en esta capital de retos, ella no es solo una deportista: es un símbolo de lo que pasa cuando el talento encuentra un hogar que lo abraza.
Con cerca de 4 km² de áreas verdes (unas 400 hectáreas de extensión) ubicadas en pleno corazón de la ciudad, este espacio se posiciona como el escenario al aire libre más importante de la ciudad.